Adviento, día 19

« —Aquí tienes a la sierva del Señor —contestó María—. Que él haga conmigo como me has dicho. Con esto, el ángel la dejó». Lucas 1.38

Los relatos del nacimiento de Jesús sientan las bases necesarias para una mariología ecuménica. María no debería seguir presentándose como excusa para los que en su nombre dividen la Iglesia, sino como aliento y modelo para los que proclaman el reino de su Hijo y gozan de la gracia de la redención que él ha provisto.

La base de esta mariología es la fidelidad de ella a Dios, y la manera en que acoge el mensaje del ángel y entrega su vida como instrumento del cumplimiento de la voluntad divina: «Que él haga conmigo como me has dicho».

El ecumenismo —bien entendido— es una disciplina espiritual que nos invita a buscar en unidad la voluntad de Dios y a someternos, también en unidad, solo a ella. ¡Y qué mejor ejemplo de sometimiento qué María! Ella renunció a sus intereses particulares y a sus planes personales para cumplir con el designio del Señor.

María es la bienaventurada de Nazaret, cuyo fruto de su vientre es bendito porque de él provino nuestra salvación. Obedeció su vocación de servicio (eso que a veces tanta falta le hace al ecumenismo institucional) y asumió ese papel con la alegría de saberse escogida entre todas las mujeres. Sus palabras ante el ángel lo dicen todo: «Aquí tienes a la sierva del Señor».

El reino necesita servidores y servidoras, no reyes ni reinas. El rey y Señor es solo uno y Elizabet lo proclamó en su saludo a María (1.43).