Les dijo: «Yo soy el Señor su Dios. Si escuchan mi voz y hacen lo que yo considero justo, y si cumplen mis mandamientos y estatutos, no traeré sobre ustedes ninguna de las enfermedades que traje sobre los egipcios. Yo soy el Señor que les devuelve la salud». (Éxodo 15:26)

Los conocimientos médicos de la Antigüedad estaban limitados no sólo por la falta de método científico, sino también por el culto generalizado a los ídolos y la creencia en la magia. A menudo se achacaba la enfermedad a la presencia de espíritus malignos, que sólo podían ser vencidos mediante pociones mágicas y poderosos conjuros. Los papiros egipcios que datan del año 1552 a.C. enumeran remedios médicos que contienen una extraña variedad de ingredientes, como “sangre de lagarto, dientes de cerdo, carne pútrida, grasa apestosa, humedad de las orejas de cerdo, leche, grasa de oca, pezuñas de asno, grasas animales de diversas procedencias, excrementos de animales, incluidos seres humanos, asnos, antílopes, perros, gatos e incluso moscas”.

Evidentemente, se trataba de un caso en el que el remedio era peor que el resfriado. En lugar de confiar en un brebaje de pociones de brujas para curarse, los israelitas debían obedecer los mandamientos y estatutos de Dios, algunos de los cuales contenían instrucciones que prefiguraban los descubrimientos médicos modernos. Por ejemplo, debían lavarse el cuerpo y la ropa si entraban en contacto con una enfermedad, una secreción corporal o un cadáver.

Esto no parece ciencia espacial, a menos que uno se dé cuenta de que hace tan sólo 150 años se consideraba ridículo que un cirujano tuviera que lavarse las manos antes de operar a un paciente. Los israelitas también practicaban el aislamiento y la cuarentena y seguían leyes dietéticas que evitaban la propagación de enfermedades. Una de las formas en que Dios hizo honor a su nombre Yahvé Rophe fue proporcionando a su pueblo instrucciones que evitaban que enfermaran en primer lugar.

Algunos estudiosos sugieren que fue su obediencia a las leyes dietéticas y sanitarias lo que permitió a los judíos sobrevivir a las diversas enfermedades que acabaron con muchos otros pueblos antiguos. Del mismo modo, la ley ética y moral, encarnada en los Diez Mandamientos, ofrecía una protección similar. Quienes la desobedecieran padecerían enfermedades espirituales que, a su vez, podrían derivar en enfermedades físicas. A pesar de la sofisticación de los conocimientos médicos modernos, todavía se nos escapan muchas curas. Si tú o algún ser querido padecen una enfermedad espiritual o física, busquen hoy al Señor para que les conceda gracia y sabiduría, recordando siempre que Él es “Yahveh que los sana.”