Mil años, para ti, son como el día de ayer, que ya pasó; son como una vigilia de la noche. Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría. (Salmo 90:4,12)

El Olam es el nombre hebreo del Dios que no tiene principio ni fin, el Dios para quien un día es como mil años y mil años son como un día. Sus planes permanecen firmes para siempre, planes para darte un futuro lleno de esperanza. Cuando oras al Dios eterno, oras al Dios que es Alfa y Omega. Él es el Dios cuyo amor es eterno.

Imagínate que te pones un traje cuyo material es rígido alrededor de las rodillas, los codos, los tobillos y las muñecas que duele al mover las articulaciones y empezarás a hacerte una idea de cómo será tu cuerpo dentro de treinta años. Al menos ésa es la idea que subyace en el Traje de la Tercera Edad, un atuendo que llevan la mayoría de los diseñadores de coches de la Ford Motor Company, de treinta y cinco años o menos, en un intento de comprender qué se siente al ser una persona mayor. Con este método esperan diseñar coches más cómodos de conducir para las personas mayores.

Afortunadamente, el Señor, que nos hizo, no necesita vestirse con nuestra piel para entender exactamente cómo afecta el envejecimiento a nuestro cuerpo. Este Dios, que comprende por lo que pasamos en cada etapa de nuestra vida, promete llevarnos y sostenernos incluso hasta nuestra vejez y nuestras canas.

Seas joven o adulto mayor, tómate un tiempo para dar gracias a Dios por todo lo que funciona bien en tu cuerpo. Después, piensa en alguna parte de tu cuerpo o de tu espíritu que necesite fortalecerse. Pide a Dios que se glorifique haciendo de ti un ejemplo de persona tangiblemente fortalecida por el Dios eterno, que da fuerza a los cansados y poder a los débiles.

Adaptado de Praying the names of God, A daily guide de Ann Spangler