Adviento, día 21

«De sus tronos derrocó a los poderosos, mientras que ha exaltado a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes, y a los ricos los despidió con las manos vacías!». Lucas 1.52–53

La esperanza cristiana no es ingenua; sabe que lo que espera (paz, justicia y vida plena) requiere la confrontación con los poderes que se oponen a sus ideales. En la Biblia esos poderes son representados a veces por medio de figuras y símbolos que apuntan a la realidad del mal (dragones de siete cabezas, bestias imperiales, etc.).

El reino de Dios avanza en contra del antireino de maldades. Y María lo sabía muy bien; por eso su cántico de celebración (Magníficat) está compuesto en términos de una victoria que se gana y una derrota que debe ser aplaudida. Ella dice que el trono de los poderosos será derrocado, que los humildes serán honrados, que los que padecen hambre por fin serán saciados y que los ricos injustos —también por fin serán devueltos sin sus acostumbradas fortunas. ¡Qué valiente María!

La alegría de ella y la razón por la cual llama a Dios Magnífico es porque él «Hizo proezas con su brazo; desbarató las intrigas de los soberbios» (1.51). La victoria del Señor es el triunfo de la justicia sobre los que buscan perpetuar la iniquidad, de la paz sobre los que quieren que las guerras permanezcan por siempre y de la vida plena sobre los que conciben planes de muerte.

 Los que no aman la paz, ni sueñan con la justicia muy poco encontrarán qué celebrar junto al pesebre.