Adviento, día 2

«—Señor, no merezco que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano. Porque yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores, y además tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno: “Ve”, y va, y al otro: “Ven”, y viene. Le digo a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace. Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían:—Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que tenga tanta fe». Mateo 8.8–10

En este episodio, la persona a quien Jesús señala como ejemplo de fe es una que se encuentra fuera del círculo de la religión oficial. Este hombre ni es maestro de la ley, ni funcionario de la sinagoga; es un centurión del ejército romano. En otras palabras, es un militar que viene ante Jesús interesado por la salud de uno de sus subalternos. ¡Vaya a saber lo que pensaron los discípulos cuando lo vieron venir!

El lenguaje del centurión es pragmático; su concepto de autoridad es propia de quienes ejercen las funciones militares: órdenes breves y obediencias incondicionales. Así, bajo esa mentalidad propia de su oficio interpretó la fe en Jesús. Y por su sencillez y sinceridad (de la que se derivó una teología) recibió lo que pidió y, además, fue elogiado por creer como pocos.

Ya Jesús nos ha acostumbrado a verlo usar como ejemplo a los que menos esperamos y a enjuiciar y cuestionar a los supuestos fiduciarios de la fe. Para él lo que más vale es la sencillez del corazón, la solidaridad con el necesitado (el centurión intercede por su siervo paralítico) y la humildad de quien lo busca pidiendo auxilio. Para él está primero lo que hacemos, sin importar quién lo haga; solo después cuenta lo que creemos en su forma dogmática o doctrinal. ¡Qué desconcierto para los religiosos de todos los tiempos!

Oración:
Para que el Señor renueve la fe de quienes nos llamamos cristianos y
cristianas; para que esa fe tenga una proyección práctica en la vida diaria.

Tomado del libro “Adviento: esperanza que transforma” de Harold Segura