Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso Juan sería el Cristo, respondió Juan, diciendo a todos: Yo a la verdad los bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él los bautizará en Espíritu Santo y fuego. (Lucas 3:15-16)

Juan tuvo un nacimiento milagroso, un destino profetizado. Tuvo una destacada y particular forma de vida, cumpliendo siempre con los designios divinos. Fue un impactante predicador; judíos y gentiles aceptaban el bautismo del arrepentimiento para el perdón de pecados; enseñaba a compartir, a ser justos, a no extorsionar, reprendía a los poderosos… sin dudas fue un notable precursor del Mesías.

En esa época, los rabinos podían requerir casi cualquier cosa de sus seguidores, excepto que tomen sus sandalias. Esto era considerado algo demasiado humillante. Que Juan mencione las sandalias hace referencia a ese dato, pero lo invierte, ya que él, que es reconocido como un gran hombre de Dios se considera indigno de desatar la correa del calzado de Jesús.

Juan tenía razones para estar orgulloso de sí mismo y en lugar de cultivar su propia popularidad coloca ante nosotros una invitación que rompe los modelos de autoridad y reconocimiento. Hoy más que nunca se hace necesario que los cristianos podamos vivir y practicar esa humildad que nos abre la puerta al favor de Dios y nos acerca a hombres y mujeres para impactar sus vidas, no desde el poder sino desde la humildad.