Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» (Lucas 2:46-49)

Jesús en toda su vida nos deja ver a un hijo que cumple con los designios de su Padre y aunque no tenemos muchos datos de su etapa más joven, podemos tener la seguridad con estos pocos episodios, de que siempre en su corazón tuvo de faro la luz de su Padre celestial. Era obvio que sus padres terrenales debían buscarlo en el Templo, ¿Dónde si no? Así de lógico debe ser nuestro razonamiento, ¿dónde deben buscarnos?, ahí donde este nuestro Padre, no solo en el Templo, sino también al lado del que no tiene fuerzas, del que se siente perdido, del que quiere tirar la toalla.

No hay otro lugar en el que pueda estar que no sea en la casa de mi Padre, ahí pertenezco. Con esa certeza nos habla un niño de 12 años, convencido de que, como diría la canción, no hay mejor lugar que estar a tus pies Señor. Y en ese lugar que no es solo físico, quiero estar también, estar en tu presencia que significa estar en comunión con lo que quieres para mi vida, en comunión con tus preceptos y tus deseos.