Adviento, día 15

«—¿Entonces qué debemos hacer? —le preguntaba la gente. —El que tiene dos camisas debe compartir con el que no tiene ninguna —les contestó Juan—, y el que tiene comida debe hacer lo mismo. Llegaron también unos recaudadores de impuestos para que los bautizara.—Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros? —le preguntaron. —No cobren más de lo debido —les respondió. —Y nosotros, ¿qué debemos hacer? —le preguntaron unos soldados. —No extorsionen a nadie ni hagan denuncias falsas; más bien confórmense con lo que les pagan. La gente estaba a la expectativa, y todos se preguntaban si acaso Juan sería el Cristo». Lucas 3.10–15

La predicación de Juan es un preanuncio de las buenas nuevas que proclamará Jesús. Entre los dos discursos existen diferencias en la forma, más no en el fondo. Esto es claro, sobre todo cuando predican acerca de lo que Dios espera de nosotros.

Al profeta Miqueas le preguntan ¿qué pide Dios?, y él responde: «Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios» (v. 6.8).

Ni los ritos pomposos, ni los conocimientos abstractos, ni las afiliaciones formales a determinada religión o iglesia, ni los sacrificios ascéticos; nada de eso que tanto hemos oído y predicado contienen el deseo primordial del Señor. Lo que él espera es muy práctico y concreto: que actuemos con justicia, amemos sin reservas y practiquemos la misericordia. Miqueas añade: «y humillarte ante tu Dios».

Por eso el seguimiento de Jesús es difícil. Más fácil resulta cumplir con los ritos del Templo. Pero el verdadero seguimiento exige, como enseña Juan, que los recaudadores de impuestos no cobren más de lo debido, y que los soldados no practiquen la corrupción ni extorsionen a nadie.

¿Qué debemos hacer hoy? ¿Qué nos exigiría a nosotros, a los sistemas económicos y políticos?