Escucha el clamor y la oración que tu siervo ora hoy en tu presencia. Que tus ojos estén abiertos hacia este templo noche y día, este lugar del que dijiste: “Mi Nombre estará allí”, para que escuches la oración que tu siervo ora hacia este lugar. (1 Reyes 8:28-29)

Shem es la palabra hebrea que significa “nombre” (la “Ha” que le precede es el artículo definido). La Biblia habla del templo de Salomón en Jerusalén como el lugar donde moraría el nombre de Dios, el lugar donde su pueblo podría orar y ser escuchado. Aunque es importante saber cómo se llama una persona, hoy en día los nombres tienen mucho menos significado que en la época bíblica. En las Escrituras hebreas, los nombres a veces reflejaban el carácter o incluso el destino de la persona. En el caso de Dios, existe una relación especialmente estrecha entre su nombre y su naturaleza. Al revelar sus nombres, Dios revela quién es, permitiéndonos acceder a él y poniéndose al alcance de nuestras oraciones de forma muy personal y particular.

La Escritura nos dice que podemos invocar el nombre del Señor e incluso refugiarnos en su nombre. Al revelarse de este modo, Dios no sólo se hace accesible, sino también vulnerable, permitiendo la posibilidad de que deshonremos su nombre afirmando que le pertenecemos, aunque vivamos de un modo que contradice su carácter. Aprendamos hoy a orar el nombre de Dios, haciéndonos eco de las palabras de Jesús, que enseñó a sus discípulos a orar: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”.

Continúa orando…

Ora para que Dios reciba la gloria por cada cosa buena que hagas. (Salmo 115:1)

Ora el nombre de Dios cuando te despiertes en mitad de la noche. (Salmo 119:55)

Invoca el nombre del Señor para que te ayude en medio de las dificultades. (Salmo 124:8)