Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. (Lucas 15:19-21)

Al pecar nos alejamos de Dios física y espiritualmente, es como irnos a un país distante y creer que vamos a estar mejor sin Él. Pero en algún momento reconocemos, que, sin Dios, pasamos hambre y frío, dolor y soledad.

Humillado y con hambre este hijo decide regresar donde su padre, quien lo recibe con todos los honores, con toda la alegría y aun estando lejos le reconoce, esa actitud tan amorosa solo puede venir de amor que el padre le tiene, él es el único que reconoce a su hijo no importa lo lejos que esté o lo cambiado que esté.

Eso pasa también en nuestra relación con Dios, a pesar de lo distanciados que nos encontremos de él, a pesar de que lo neguemos, de que no lo aceptemos en nuestro corazón, siempre nos reconoce como sus hijos e hijas ¡y sabe exactamente qué tenemos cada uno de nosotros en nuestro corazón, sabe ver ahí donde a veces ni nosotros queremos ver!

Hoy, Dios te ha visto a lo lejos y ha venido a tu encuentro, acepta su misericordia, que Él acepta tu arrepentimiento ¡no importa el tiempo que pase, o el que hemos vivido, siempre podemos regresar a su casa!